El globo asciende

El globo asciende

Estaban casi a mediados de junio. Navegando justamente a 15 millas (24 km) de Mururoa, la tripulación del Vega veía las torres de radio y los bunker de la base francesa. Después de la comida del 16 de junio, McTaggart miró hacia el horizonte y reparó en lo que a primera vista parecía un helicóptero, aunque pronto comprobaría que se trataba de algo mucho más siniestro.

«¡Es un globo!», gritó McTaggart. «¡Un maldito y enorme globo! ¡Están preparándose para lanzar la bomba!»

Un científico de Auckland les había advertido que si podían ver este globo, del que colgaba la bomba, es que estaban demasiado cerca. De un momento a otro, recuerda Mctaggart, esperaban el desencadenamiento luces de otro mundo, ondas de choque que cruzaron las aguas como trenes expresos. En un radio de 15 millas, sufriríamos quemaduras de tercer grado, se nos abrazaría la carne y el barco ardería. Incluso a 20 millas recibiremos quemaduras de primer grado, y el riesgo de incendio cubría un círculo de 30 millas de radio. Estas morbosas consideraciones me persuadieron de que…»

Aunque parezca mentira, los tres hombres decidieron forzar la situación y se acercaron todavía más, a una posición que les dejaría bajo el mismo hongo nuclear, si llegaba a producirse la explosión. Colocaron espigas de madera en todas las salidas de ventilación del barco para poder clavarlas rápidamente y sellar la cabina. También decidieron que, si la bomba estallaba, uno de ellos subió a cubierta para sacar el barco de la zona de peligro con el motor. Si es que quedaba barco.

Al día siguiente, la tripulación del Vega transmitió un telegrama con la esperanza de que alguien lo captase. Decía así:

LA NOCHE ANTERIOR EL GLOBO ASCENDIÓ SOBRE MURUROA. GREENPEACE III A DIECISÉIS MILLAS NORDESTE. SITUACIÓN TERRORÍFICA. ROGAD POR NOSOTROS.

Después de un día con cielos cubiertos, sin saber si se había recibido su mensaje, la tripulación se puso en movimiento ante la visión de un nuevo buque de guerra francés. Los intentos de acercamiento fallaron. Al día siguiente puso proa hacia ellos y dejó al Vega zarandeándome en los remolinos de su estela. Manteniéndose exactamente a 1,5 millas (2,5 km) del queche, el buque de guerra francés, que ahora podían identificar como el dragaminas La Bayonnaise, se movía cuando se movía el Vega y se paraba cuando éste se paraba, como el gato cuando juega con el ratón.

El «juego continuó durante dos días más, hasta que. a las 6 a.m. del 21 de junio, los franceses enviaron una lancha hinchable desde La Bayonnaise con un mensaje escrito en el que se les apremiaba a abandonar la zona prohibida: la prueba era inminente. 

Era obvio que su presencia ponía furiosos a los franceses por el retraso que les causaba. Al otro día aparecieron dos barcos más, uno de ellos un enorme crucero bautizado De Grasse. Entre torrentes de humo y acometidas de acero, los navíos se acercaron. El De Grasse pasó rugiendo a su costado y cerró el camino al Vega, que lo salvó por sólo 5 metros. Los otros dos barcos empezaron a «jugar» con el Vega, flanqueando al diminuto velero y emparedados entre ellos.